"" Quiero vivir mi vida – dijo ella.
Él la miró intentando buscar una huella de mentira en sus labios, una sombra de tristeza en su mirada, un atisbo de nervios que la pudiera delatar. Pero su belleza serena tan sólo transmitía firmeza.
Era cierto. Había sucedido. Estaba diciendo la verdad. Le estaba diciendo que todo había terminado.
Y esta vez era para siempre.
Él quiso rescatar del baúl de bellos recuerdos los momentos mágicos que habían compartido, en un vano intento de prolongar lo que ya había terminado, pensando que quizás aún no era tarde para los dos.
De repente se vio inmerso en el vértigo de la realidad, sin poder detener la espiral de desamor que parecía sumirle en un torbellino de emociones contradictorias.
La amaba. Y ella había dejado de quererle. La había perdido. Y la necesitaba. Más que nunca.
Ahora lo sabía, lo sentía: la quería.
Una rápida secuencia de instantes felices transcurrió en su mente. Era imposible para él aceptar que no había ya vuelta atrás, que ninguno de aquellos dulces segundos volvería a repetirse.
Cuatro palabras y una relación que moría en un segundo.
No podía aceptar que era el fin. No quería que fuese el fin.
Intentó recordar todas las veces que ella dulcemente se había quejado, todas las ocasiones en que ella había reclamado, insistido, y le había pedido más.
Había perdido infinitas oportunidades para haber evitado el final de su historia. Él se preguntó en aquel preciso instante porque no había reaccionado, porque no le había demostrado que su amor era real, porque no había sabido alimentar su pasión.
Se odió a si mismo por haberse acomodado en tan egoísta postura. Por no haber sido capaz de comprender antes que el amor es un regalo que la vida nos da y también nos arrebata, sin avisar.
Quizás siempre pensó que la poseía para siempre, que simplemente sus protestas y quejas eran después enfados que dejaban paso a deliciosas reconciliaciones. Pensó que ella jamás dejaría de amarle.
Se equivocó.
Ciego y sordo a la realidad había desgastado el límite de su paciencia, había destruido su mundo de sueños y había sido incapaz de apostar por los dos.
Él quiso entonces prometerle todo lo que durante meses había sido incapaz de dar.
Ella ya nada podía hacer, ya no le creía, desencantada y decepcionada, ya tan sólo le quedaba despedirse.
Él ya no estaba en su pequeño universo de sueños, y su alma necesitaba recuperar toda la vida que había perdido a su lado.
- Lo siento, quiero vivir mi vida – repitió ella antes de darse media vuelta y dejarle allí, solo, hundido en su absurda cobardía, echando ya de menos su piel, sus besos, sus caricias y todos los momentos perdidos por su desidia."
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